lunes, 15 de noviembre de 2010

madrid

Dicen que el alma no puede viajar a más velocidad de la que mantiene un camello que camina por el desierto. Quizá esa sea la razón por la que después de subir veinte pisos en ascensor debo permanecer quieta un minuto hasta que me alcanza.

A Prometeo se le olvidó robar para nosotros el don de la espera; o al menos lo hemos perdido por el camino.

Café con dos azucarillos y un cigarro.

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